miércoles, 30 de noviembre de 2016

JUAN SCHULER



JUAN SCHULER
Como consecuencia de decisiones políticas que tomara el zarismo ruso y que los inmigrantes alemanes que se habían radicado en las orillas del rio Volga consideraron contrarios a sus intereses, muchos de estos deciden emigrar a América a fines del siglo XIX. Esta emigración continuó en las primeras décadas del siglo XX y entre quienes decidieron dejar su tierra natal se encontraba Alexander, hijo de Alexander Schuler y Amalia Hermann, quien se había casado con Sophia, hija de André Müller y Bárbara Holzmann hacia fines de 1911 o en los primeros meses de 1912. Estos, el 24 de junio de 1912 (según el calendario juliano vigente en Rusia) o 7 de julio de 1912 según el calendario gregoriano y estando Sophía embarazada, se despidieron de la familia y emprendieron viaje hacia América. Desde Saratov viajaron dos mil kilómetros en tren a Liepāja (Libau, en alemán), un puerto al oeste de Letonia, en el mar Báltico. Desde allí viajaron en un pequeño barco a Londres, atravesando por el Mar Báltico y el Mar del Norte una distancia similar a la anteriormente recorrida. Luego de esperar ocho días en Londres, embarcaron en el vapor de carga y pasajeros Affón (o Avón), que había partido del puerto de Cherburgo (Francia) y que luego de recorrer once mil kilómetros, los dejó en el puerto de Buenos Aires (aunque la intención era ir a EE.UU.) el 23 de agosto de 1912, desembarcando al día siguiente, cuarenta y nueve días después de dejar Saratov.
A los tres meses de su arribo a la Argentina y ya radicados en Entre Ríos, el 12 de noviembre de 1912 nació Juan, el mayor de 9 hermanos. Juan tuvo una infancia y una juventud que le marcaron la vida, una vida hecha de sacrificios como la que vivieron sus padres, una vida de trabajo, de vivir injusticias al ser sospechoso de algo por ser “peón golondrina”, que al decir de José Larralde “Golondrinas nos llamaban a los peones de ocasión, golondrina o pobre peón viene a ser la misma cosa, con quincenas perezosas, una pala y un pisón”. Golondrineando anduvo cosechando maíz por Rosario, San Lorenzo, Pergamino; el mismo Pergamino donde años después se radicara uno de sus hermanos y dos de sus hijos. Trabajador en la construcción, trabajador en las primeras trilladoras a vapor que llegaran a Entre Ríos, “a todo le puso el hombro sin preguntar cuánto pesa”.
En 1939 contrajo matrimonio con Francisca Sphan, hija de Juan y Catalina Schoenfeld; la hija de uno de sus patrones y con quien tuvo siete hijos. Entre los muchos trabajos realizados, fue encargado en una cremería en Pueblo Moreno (Entre Ríos), hasta que pudo comprar un terreno en el vecino pueblo de Cerrito, donde construyó su casa, donde puso su carpintería que fue su oficio principal durante toda su vida.
Con escasa educación formal pero con una gran formación en la universidad de la vida, Juan fue fotógrafo, relojero y realizaba cuanto oficio manual hubiera. Además del castellano, hablaba, leía y escribía en ruso y alemán. Gran lector, dueño de una gran cultura general, era parco en palabras: solía decir que no gastaba saliva en pavadas.
Cuentan que cuando se enojaba porque algo no salía como quería, amenazaba con vender todo e irse al Chaco, un Chaco que no conoció, ya que aprovechando el pasaje gratis que el Estado daba a los peones golondrinas, alcanzó a llegar hasta Calchaquí, en la provincia de Santa Fe. Pero por aquellas cosas premonitorias de la vida, en el Chaco vive hoy su nieto mayor, en el Chaco nació uno de sus bisnietos al que no alcanzó a conocer, ya que murió el 27 de noviembre de 1981.
Dicen los poetas que solo muere lo que se olvida y Juan permanece vivo en el recuerdo de quienes lo conocieron, sigue vivo en sus obras, que es donde el hombre trasciende a la muerte. Marta, su nieta mayor lo recuerda:
“¡Un orgullo! hermosa persona..., se nos fue siendo adolescentes y cuanto que nos dejó. Recuerdo la alegría que sentía de chica el poder llevarle el mate cocido y el pan en una bolsa de tela a la hora de la merienda a su carpintería, este era un lugar mágico para nosotros que éramos chicos, lo recuerdo sentado en una silla al costado de la cocina tomando mate en bombilla con azúcar en terrón; nada más lindo que en silencio nos diera un terrón de esa azúcar ¡una delicia!”.
Para quienes fueron sus clientes, también sigue viviendo, como le testimonia Miguel Ángel Moine Minetti:
“Conocí a Juan allá por el año 1969 cuando me afinque en Cerrito. Él fue el que me construyo los muebles para mi negocio y el banco de joyero relojero con el que aun trabajo. Hablaba lo justo y necesario pero muy coherente. Gran Persona que supo afrontar las vicisitudes de la vida”.
Otra de sus nietas, Romina, confirma lo anterior:

“Conocí poco a mí abuelo. O más bien nada. Es lindo andar por Cerrito y encontrar muebles construidos por él”.

Gerardo Roberto Martínez
Presidencia de la Plaza (Chaco); noviembre de 2016
Actualizado el 03/12/2019

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