En el Día de la
Convivencia en la Diversidad Cultural; en el Día de los Pueblos Originarios
LAS PELIGROSAS
Se contaban cosas terribles de ellas: que habían degollado a sus
maridos, que habían matado a sus hijos. Y esto se comentaba en las reuniones de
vecinos, agregando seguramente cada uno cosas de su propia imaginación que
hacía que se justificara el apodo con el cual se las conocía: las peligrosas.
Y la mala fama que se les había creado era motivo suficiente para
asustar a los niños, para que los mayores les tuvieran miedo, para que los
patrones las echaran cuando llegaban a las estancias.
Laguna La Azotea, en cercanías del lugar que habitaban las mujeres de esta historia (Fuente: https://d3qgqyymz2hc8x.cloudfront.net/wp-content/uploads/2020/01/la-olla-e1577986690502.jpg) |
Descendientes de los integrantes del pueblo mapuche que luego de
recorrer varios cientos de kilómetros había llegado, bajo el mando de Ignacio
Coliqueo, a asentarse en las tierras de lo que luego sería Los Toldos, pueblo
al que ellos dieron su nombre, por los toldos de Coliqueo. Un pueblo que había
sido utilizado en las guerras internas para poner sus hombres y sus lanzas al
servicio de una guerra que les era ajena y les era extraña, bajo la promesa que
se les iba a entregar tierras para que pudieran asentarse y dejar de deambular
en busca de un lugar donde asentarse. Promesa que, como toda promesa de la
oligarquía, nunca se cumplió en su totalidad, usándolos como defensa contra sus
propios hermanos de sangre en la frontera de la “civilización blanca”, condenando
a ese pueblo a la miseria, condenando a sus integrantes a ser mano de obra
barata en las estancias de la zona, condenándolo a las enfermedades que los
fueron diezmando: tuberculosis, viruela, alcoholismo.
Eran dos o tres mujeres, que solían andar con sus hijos. Y esas pobres
mujeres, descendientes de un pueblo que dio su sangre en guerras ajenas, a
quienes se les habían incumplido las promesas, sometidas a la enfermedad,
castigadas a morir en vida, eran también condenadas por quienes se apropiaron
de una tierra que no les pertenecía, a cargar con el estigma de tener fama de
malas, fama de asesinas, de ladronas, de borrachas.
Ellas, las descendientes de un pueblo que supo ser libre, que supo tomar
decisiones autónomas, que tenían que caminar quince, veinte kilómetros para
mendigar un poco de comida a quienes les quitaron todo, de ellas decían que
eran las peligrosas.
Gerardo
Roberto Martínez
Los
Toldos (Buenos aires); enero de 2017
Hola Gerardo, triste historia de nuestros pueblos originarios !!!
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