miércoles, 19 de abril de 2017

LAS PELIGROSAS



En el Día de la Convivencia en la Diversidad Cultural; en el Día de los Pueblos Originarios

LAS PELIGROSAS

Se contaban cosas terribles de ellas: que habían degollado a sus maridos, que habían matado a sus hijos. Y esto se comentaba en las reuniones de vecinos, agregando seguramente cada uno cosas de su propia imaginación que hacía que se justificara el apodo con el cual se las conocía: las peligrosas.
Y la mala fama que se les había creado era motivo suficiente para asustar a los niños, para que los mayores les tuvieran miedo, para que los patrones las echaran cuando llegaban a las estancias.
Laguna La Azotea, en cercanías del lugar que habitaban las mujeres de esta historia (Fuente: https://d3qgqyymz2hc8x.cloudfront.net/wp-content/uploads/2020/01/la-olla-e1577986690502.jpg)

 
Descendientes de los integrantes del pueblo mapuche que luego de recorrer varios cientos de kilómetros había llegado, bajo el mando de Ignacio Coliqueo, a asentarse en las tierras de lo que luego sería Los Toldos, pueblo al que ellos dieron su nombre, por los toldos de Coliqueo. Un pueblo que había sido utilizado en las guerras internas para poner sus hombres y sus lanzas al servicio de una guerra que les era ajena y les era extraña, bajo la promesa que se les iba a entregar tierras para que pudieran asentarse y dejar de deambular en busca de un lugar donde asentarse. Promesa que, como toda promesa de la oligarquía, nunca se cumplió en su totalidad, usándolos como defensa contra sus propios hermanos de sangre en la frontera de la “civilización blanca”, condenando a ese pueblo a la miseria, condenando a sus integrantes a ser mano de obra barata en las estancias de la zona, condenándolo a las enfermedades que los fueron diezmando: tuberculosis, viruela, alcoholismo.
Eran dos o tres mujeres, que solían andar con sus hijos. Y esas pobres mujeres, descendientes de un pueblo que dio su sangre en guerras ajenas, a quienes se les habían incumplido las promesas, sometidas a la enfermedad, castigadas a morir en vida, eran también condenadas por quienes se apropiaron de una tierra que no les pertenecía, a cargar con el estigma de tener fama de malas, fama de asesinas, de ladronas, de borrachas.
Ellas, las descendientes de un pueblo que supo ser libre, que supo tomar decisiones autónomas, que tenían que caminar quince, veinte kilómetros para mendigar un poco de comida a quienes les quitaron todo, de ellas decían que eran las peligrosas.
Gerardo Roberto Martínez
Los Toldos (Buenos aires); enero de 2017

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