lunes, 30 de enero de 2017

ADRIANA JUANA DOESWIJK



ADRIANA JUANA DOESWIJK

La historia de los pueblos no es lo que se escribe, lo escrito es un relato de lo sucedido y de acuerdo a quien escriba ese relato, serán las versiones de la historia. En general nuestra historia es la historia escrita por los vencedores y, generalmente, machista. Una sociedad cuanto más democrática es, mayores versiones tendrá respecto a su propia historia, porque la realidad es única, pero cambian los pedestales desde donde se la mira. Y en la historia oficial, escrita desde los que dominan, parece que la historia solo la hacen los grandes próceres, desconociendo (o no queriendo conocer) que es la sumatoria de las historias de quienes vivieron en esos pueblos, que es la sumatoria de las historias individuales las que ayudaron a construir una historia colectiva. Para entender el presente, se hace necesario saber de dónde se viene, ya que la actualidad es la consecuencia del pasado y este presente es la consecuencia de aquel.
Edward P. Thompson habla de la historia de los de abajo. Recordar la historia de las personas es rendir un homenaje a quienes construyeron la historia de cada comunidad a través de su trabajo en las instituciones, en su vida individual, en su familia. Domenico Strada dice: “Recuerda el pasado solo si puedes aprender de él”. Y para aprender nuestra historia, para rendir homenaje a quienes construyeron este presente que vivimos, es bueno rendir homenaje a quienes han sido sus protagonistas.
Entre esos protagonistas se encuentra Adriana Johanna Doeswijk, nacida el 31 de enero de 1932 en Voorschoten, un municipio de la provincia de Holanda Meridional en los Países Bajos; hija de Cornelis Andreas Doeswijk y Wilhelmina Catarina Knijnenburg, una familia de larga tradición campesina. Huérfana de madre cuando aún no había cumplido los dos años de edad, tuvo que sufrir la invasión de su país por el ejército alemán en 1940, la hambruna holandesa de 1944, la ocupación de los ejércitos aliados que fueron a liberarlos de los nazis en 1945, el inicio de la posguerra sufriendo las nefastas consecuencias de la guerra. Esta situación motivo a que su padre, quien nuevamente se había casado, decidiera venir a la Argentina en 1948, con todo su grupo familiar, constituido por 15 personas. Luego de trabajar en tambos en la provincia de Santa Fe y Buenos Aires, en 1953 Cornelis Doeswijk pudo comprar un campo en el loteo que estaba realizando la Estancia La Ciudadela, en el partido de General Viamonte, donde pudieron comenzar el sueño de construir algo propio.
En 1957, Adriana se casó con José Fassler, un suizo llegado con los monjes que vinieron a fundar el Monasterio Benedictino, con quien tuvo 9 hijos y a quien acompañó en todo momento y en todos los emprendimientos que realizaran en la chacra, porque al igual que aquella inmigrante a la que homenajeara Luis Landriscina “la gringa era arisca para andarse con pereza y a todo le puso el lomo sin preguntar cuánto pesa”. Ordeñar las vacas, hacer queso, alimentar los cerdos, atender las gallinas, cultivar la huerta sin desatender el cuidado de su familia, eran las tareas cotidianas. “Yo tenía herramientas con las cuales salía a hacer trabajos afuera y fue ella la que tuvo que soportar la carga de cuidar de la chacra” rememora José; “cuando trabajaba afuera volvía a la una, las dos de la mañana; yo le decía que me deje la comida y se acueste a descansar, pero ella siempre me esperó para cenar juntos”.
Mujer de pocas palabras, no era demasiado afecta a las conversaciones, donde prefería escuchar antes que hablar; sin embargo, cuando hablaba mostraba una gran cultura, adquirida de las lecturas que realizaba. Economista recibida en la universidad de la vida, aplicaba los conocimientos empíricos aprendidos en una vida de necesidades a administrar el hogar con recursos escasos; haciendo la ropa para la familia, lavando y secando la ropa a la sombra para que el sol no la decolore y se conservara como si fuera nueva, pintando los zapatos, era su orgullo que sus hijos estuvieran bien vestidos. Uno de sus hermanos la recuerda alumbrada con un “sol de noche”, zurciendo las bolsas de arpillera, compradas de segunda mano para guardar el fruto de las cosechas.
El 29 de noviembre de 2003, después de almorzar con su esposo, fueron a dormir la siesta. Al despertar, lo miró y sin decir palabra, como había vivido, partió hacia la eternidad esa mujer de la cual uno de sus hermanos dijo: “Todas mis hermanas son muy buenas mujeres y no menosprecio a ninguna, pero sin dudar, Adriana era una santa”.
Gerardo Roberto Martínez
Presidencia de la Plaza (Chaco), enero de 2017
Foto: Gentileza Mónica Margarita Fassler.

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