domingo, 11 de mayo de 2014

CARLOS MUGICA EN EL RECUERDO



CARLOS MUGICA EN EL RECUERDO

Mediados de Abril de 1974

Hacía un mes que había comenzado el sexto grado en la Escuela Agrícola Benedictina, ubicada en el cuartel III del partido de General Viamonte; a unos 20 kilómetros de Los Toldos, su ciudad cabecera. El otoño empezaba a sentirse, fresco pero sin frío aún por la época, recuerdo el día nublado. Ese día, las dos maestras que llegaban “del pueblo”, olvidaron la llave de la escuela, por lo que me pidieron que fuera a pedírsela al encargado, el Padre Meinrado.
Sabía que a esa hora de la mañana la comunidad benedictina estaba celebrando la misa, por lo que me dirigí en mi bicicleta hasta la capilla del Monasterio. Al entrar en la misma, era el momento de la consagración eucarística; toda la comunidad estaba en la misa y esta era celebrada por un cura alto, de pelo castaño claro, desconocido en el lugar.
Luego de la comunión, el Padre Meinrado me llamó, me entregó las llaves y regresé a la escuela.

12 de Mayo de 1974

Amanecía el domingo. Al levantarme mi viejo me dice: “Mataron al Padre Mugica”.
Para mis once años, las muertes eran noticia frecuente. Sánchez, Berisso, Rucci, Hermes Quijada, entre otros, habían sido asesinatos muy comentados. De Mugica siempre se hablaba en mi casa, pero nunca pude discernir de esas conversaciones si era “bueno” o “malo”; sí alcanzaba a entender algunos cuestionamientos referidos a su defensa del peronismo. “¿Cómo puede ser peronista, si Perón persiguió a los curas?”, eran algunos cuestionamientos.
En alguna revista, un testimonio de un villero decía: “Lo mataron fuera de la Villa, no se animaron a venir acá porque sabía que lo íbamos a defender”.

4 de Abril de 1982

Domingo de Ramos. Hacía dos días que las tropas argentinas habían desembarcado en las Islas Malvinas. Estaba visitando la parroquia de Bosques, a cargo del cura Gino Gardenal, en la diócesis de Quilmes. Ese domingo acompañé a un seminarista que iba a realizar la celebración en una capilla y allí me topé, cara a cara, con la realidad de un muchacho que tendría unos pocos años más que yo, quien me dijo: “No sé leer”. Hasta ese momento sabía que había gente analfabeta -mi abuela lo era-, pero nunca había imaginado que también pudiera haber analfabetos jóvenes. También me encontraba, cara a cara, con la realidad de la desocupación, del hambre, de la miseria a la cual estaba condenada muchísima gente por la política económica de la dictadura.
Durante la ceremonia religiosa se realizó el bautismo de una niña a quien su madre llamó Selva Marina. Para el mediodía nos invitaron a almorzar a la casa de esta familia y la mamá de Selva nos contó que había estado en el funeral del Padre Mugica cuando lo velaron en la capilla de la Villa de Retino. El ataúd estaba sobre unos cajones de gaseosa.

Muchos años después

Leyendo la historia de Mugica, atando cabos sueltos, viendo como coincidían las fechas, me di cuenta que aquel cura que celebraba misa en la capilla del Monasterio Benedictino, era Carlos Mugica. Como hacía cada vez que necesitaba reflexionar, junto a Botán y Vernazza viajaron a Los Toldos a visitar a Mamerto Menapace, su amigo y compañero desde 1969. Este cuenta que al despedirse Carlos le dijo: “Hermano, este año muchos nos vamos a encontrar con Dios”.
Un mes después moría asesinado por el subcomisario Rodolfo Almirón, jefe de la triple A. Participaron del asesinato los expolicías Juan Ramón Morales (suegro de Almirón) y Edwin Duncan Farkuharson, custodios del entonces Ministro de Bienestar Social, José López Rega. Antes de morir un amigo le escucha decir: “Ahora más que nunca debemos estar junto al pueblo”.
Todos sus asesinos murieron sin ser condenados.
Mugica fue uno de los gestores del  Movimiento de Sacerdotes del Tercer Mundo en Argentina y de la creación del Movimiento Villero Peronista. Dijo Eduardo de la Serna: “Carlos Mugica fue  el primero de los cientos de mártires que la Iglesia argentina dio en nuestro tiempos recientes”.
En diciembre de 1972 escribió una oración a la que llamó “Meditación en la villa”
“Señor, perdóname por haberme acostumbrado a ver que los chicos que parecen tener ochos años tengan trece;
Señor, perdóname por haberme acostumbrado a chapotear en el barro; yo me puedo ir, ellos no;
Señor, perdóname por haber aprendido a soportar el olor de las aguas servidas, de la que me puedo ir y ellos no;
Señor, perdóname por encender la luz y olvidándome de que ellos no pueden hacerlo;
Señor, yo puedo hacer huelga de hambre y ellos no: porque nadie hace huelga con su hambre;
Señor perdóname por decirles: ‘No sólo de pan vive el hombre’, y no luchar con todo para que rescaten su pan;
Señor, quiero quererlos por ellos y no por mí. Ayúdame.
Señor, sueño con morir por ellos; ayúdame a vivir para ellos.
Señor, quiero estar con ellos a la hora de la luz. Ayúdame”.
Gerardo Roberto Martínez
Presidencia de la Plaza (Chaco); 11 de mayo de 2014

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