ONCE AÑOS DESPUES
El 25 de mayo de 2003 comenzaba un nuevo período de gobierno constitucional
en nuestro país. Néstor Kirchner, hasta entonces gobernador de Santa Cruz,
había sido elegido presidente de la nación luego de que Carlos Menem, quien
había obtenido más votos en las elecciones de abril, renunciara a la segunda
vuelta, intentando debilitar a un hombre que sabía que le iba a ganar en las
urnas.
Personalmente venía con el lomo garroteado
por sucesivas decepciones y me resultaba difícil creer a quien anunciaba en su
discurso inaugural “Es que nos planteamos construir prácticas colectivas de cooperación que superen
los discursos individuales de oposición. En los países civilizados con democracias
de fuerte intensidad, los adversarios discuten y disienten cooperando. Por eso
los convocamos a inventar el futuro. Venimos desde el sur del mundo y queremos
fijar, junto con todos los argentinos, prioridades nacionales y construir
políticas de Estado a largo plazo, para, de esa manera, crear futuro y generar
tranquilidad. Sabemos adónde vamos y sabemos adónde no queremos ir o volver”.
Había pasado poco menos de un año y medio desde que la gente gritaba
en las plazas “que se vayan todos”. Había vivido el regreso de la democracia en
1983 como “una entrada a la vida”, tal como lo expresaba uno de los lemas
electorales de la campaña de Alfonsín y sin haberlo votado, me alegró que
triunfara un hombre que en su campaña decía que “con la democracia se come, se
cura y se educa”, prometiendo “levantar la cortina de todas las fabricas” para industrializar
nuevamente el país, y que con esperanzas vi que en diciembre de 1983 se creaba
la CONADEP, que en abril de 1885 se iniciaba el juicio por los crímenes del
Proceso, pero que unos días mas tarde, ante una Plaza de Mayo colmada con 200 mil
personas que habían respondido a la convocatoria para fundar una nueva
república, el Presidente anunciaba que había que implantar “una economía de guerra”
y promovía “el ahorro forzoso”, anunciando que “no habrá mejoras en el nivel de
vida”.
Era difícil creer las palabras de
quien decía “No es necesario hacer un detallado repaso de nuestros males para saber que
nuestro pasado está pleno de fracasos, dolores, enfrentamientos, energías
malgastadas en luchas estériles, al punto de enfrentar seriamente a los
dirigentes con sus representados. Al punto de enfrentar seriamente a los
argentinos entre sí” para quien vio como en 1987 y respondiendo al pedido de
defender la democracia, ese mismo presidente anunciaba ante el pueblo que “la
casa está en orden”, enviando al día siguiente el proyecto de Ley de “Obediencia
Debida” que completaba la Ley de Punto Final, que aseguraba impunidad a los
genocidas.
No me resultaba fácil creer que “El cambio implica
medir el éxito o el fracaso de la dirigencia desde otra perspectiva. Discursos,
diagnósticos sobre las crisis, no bastarán ni serán suficientes. Se analizarán
conductas y los resultados de las acciones. El éxito se medirá desde la
capacidad y la decisión y la eficacia para encarar los cambios” a quien
había visto a un candidato que revoleaba un poncho rojo y usaba patillas como
Facundo Quiroga mientras prometía la Revolución Productiva y el Salariazo,
pasar luego a un programa económico neoliberal, abandonar la Organización de Países
No Alineados e indultar a los militares genocidas.
Creer que era cierto cuando se
decía “Se trata,
entonces, de hacer nacer una Argentina con progreso social, donde los hijos
puedan aspirar a vivir mejor que sus padres sobre la base de su esfuerzo,
capacidad y trabajo”, cuando recordaba que unos pocos meses atrás había
visto huir en helicóptero
de la Casa Rosada a un presidente que habiendo prometido ser el maestro, el
médico de los argentinos, había iniciado su mandato con dos muertos en
Corrientes, había reprimido en abril de 2000 una protesta sindical frente al Congreso
de la Nación y el 3 de mayo del mismo año en Salta, en otro hecho represivo,
había asesinado otro manifestante, dejando una treintena de muertos el 20 de
diciembre de 2001.
"No he pedido ni solicitaré cheques en
blanco. Vengo, en cambio, a proponerles un sueño: reconstruir nuestra propia
identidad como pueblo y como Nación; vengo a proponerles un sueño que es la
construcción de la verdad y la Justicia; vengo a proponerles un sueño que es el
de volver a tener una Argentina con todos y para todos” nos decía el 25 de
mayo de 2003, en su discurso inaugural Néstor Carlos Kirchner. No me resultó
fácil creer, pero sus acciones me convencieron que era posible gestionar con el
Pueblo y para el Pueblo, y que era posible trabajar para hacer realidad “los sueños de nuestros patriotas fundadores
y de nuestros abuelos inmigrantes y pioneros, de nuestra generación que puso
todo y dejó todo pensando en un país de iguales”.
Pasaron
once años. Los temores a una nueva frustración que tuve aquel 25 de mayo no
fueron reales. Néstor ya no está con nosotros, pero nos convenció que era
posible transformar la realidad a través de la política y la militancia.
Y
sigo aportando para que sea realidad aquel sueño que nos propusiera: “quiero una Argentina unida, quiero una
Argentina normal, quiero que seamos un país serio, pero, además, quiero un país
más justo”.
Gerardo Roberto Martínez
Presidencia de la Plaza (Chaco); 24 de mayo
de 2014