LA LLEGADA DEL MATRIMONIO SCHULER-MÜLLER A LA ARGENTINA
Cuando Sophia Müller y Alexander Schuler iban viajando desde
Rusia hacia Argentina -probablemente cuando se hallaban en alta mar-, se
cumplían 149 años de la proclamación abierta de inmigración para germanos
cristianos que desearan vivir en el Imperio Ruso, que Catalina II de Rusia
(ella misma una germana de Rusia, nacida en Stettin, ahora Szczecin en Polonia)
hiciera el 22 de julio de 1763.
Alexander Schuler y Sophia Müller |
Cuando Sophia y Alexander salieron desde Rusia hacia
Argentina, quedaban atrás cinco generaciones vividas en Rusia, desde que los
abuelos germanos dejaran su lugar de nacimiento para ir a poblar el bajo Volga,
sirviendo de carne de cañón a las ambiciones expansionistas de Catalina la
Grande, que durante su reinado amplió las fronteras del Imperio ruso hacia el
sur y hacia el oeste, utilizando la necesidad de tierras para cultivar que
tenían los recién llegados para quitarles la tierra a los kirguizios y a los
kalmucos, quienes no hicieron otra cosa que defenderlas de quienes venían a
apropiárselas.
Cuando Sophia y Alexander decidieron dejar Rusia, habían
pasado 34 años desde que el primer contingente de germanos del Volga había
partido para probar suerte en Argentina.
Sophia era hija de Barbara Holzmann y Andrés Müller, en
tanto que Alexander llevaba el nombre de su padre Schuler y su madre era Amalia
Hermann.
Alexander había nacido en una aldea que al fundarse se
llamara Pfannenstiel y después se la rebautizara como Marienthal (Valle María),
donde su padre se dedicaba a la agricultura; este, por problemas de herencia
con su hermano menor, se mudó a Saratov, donde trabajó en un molino harinero,
ocupación en la que más tarde también trabajaría su hijo. Poco antes de casarse
Alexander con Sophia, tuvo un accidente laboral: la mano fue atrapada por los
engranajes, quedándole inutilizado el dedo índice. Por este accidente cobró un
seguro que le permitió pagar el pasaje a Argentina para él y su esposa, quien
se encontraba embarazada de su primer hijo.
Andrés, el padre de Sophia, también trabajaba en un molino
harinero, haciendo honor a su apellido, que en alemán significa molinero. Sophia
nació en Wesofka y teniendo pocos años quedó huérfana de madre, siendo llevada
por su hermana mayor a Saratov; trabajando para ayudar a la economía del hogar,
consiguió ahorrar un dinero con el cual compró una máquina de coser, la cual
dejó en Rusia al emigrar a la Argentina, pensando en el retorno a su Patria
natal, para utilizarla nuevamente. El hijo mayor del matrimonio, Juan Schuler,
lo relata de este modo:
“Era por el año 1912, la fiebre de emigrar se había apoderado nuevamente
como en años anteriores a los alemanes del Volga (Rusia). El grito ‘a América’
resonaba en muchas partes. América era en aquellos tiempos una palabra mágica,
la tierra bendita ‘que mana leche y miel’”.
“Esa fiebre de oro se apoderó también a mis padres. Eran joven y recién
casados, se hacían grandes ilusiones; querían ir también a América,
enriquecerse y volver a su patria y vivir tranquilos. Su destino era América,
pero sin ningún brillo, solamente les era permitido llevar su nombre al nuevo
mundo y nada más.
Pero eran joven, con entusiasmo y lleno de esperanza se prepararon para
el largo viaje. No se iban para siempre, solo sería un pequeño viaje de placer”.
El 24 de junio de 1912 (según el calendario juliano vigente
en Rusia) o 7 de julio de 1912 según el calendario gregoriano, se despidieron
de la familia y emprendieron el viaje a América. Desde Saratov viajaron dos mil
kilómetros en tren a Liepāja (Libau, en alemán), un puerto al oeste de Letonia,
en el mar Báltico. Desde allí viajaron en un pequeño barco a Londres,
atravesando por el Mar Báltico y el Mar del Norte una distancia similar a la
anteriormente recorrida. Luego de esperar ocho días en Londres, embarcaron en
el vapor de carga y pasajeros Affón (o Avón), que había partido del puerto de
Cherburgo (Francia) y que luego de recorrer once mil kilómetros, los dejó en el
puerto de Buenos Aires el 23 de agosto de 1912, desembarcando al día siguiente,
cuarenta y nueve días después de dejar Saratov.
Luego de permanecer unos días en el Hotel de Inmigrantes,
embarcaron nuevamente y por el río Uruguay llegaron a su destino entrerriano,
desembarcando en Concepción del Uruguay y viajando en tren a Crespo, que era el
final del viaje. Allí comenzaba una nueva vida, llena de privaciones, pero con
la esperanza porfiada de construir una vida mejor que la que tenían en Rusia,
una vida mejor para ellos y para el hijo que se iba gestando durante el viaje.
Lo que pensaron que iba a ser un viaje de placer se
convirtió en un viaje sin retorno: la gran guerra, las revoluciones rusas, la
situación económica que atravesaba el campesinado argentino, hicieron que fuera
una realidad la advertencia que los rusos les hacían: “Ustedes quieren ir a donde están los grandes rublos; no son allá más
grandes que acá”.
Gerardo Roberto
Martínez
Presidencia de la Plaza
(Chaco); 23 de agosto de 2017